Tres palabras

Estaba sentado en el colectivo, con la carpeta en la falda molestando en la mitad del pasillo cuando la sinapsis tardía cayó como una luz ante mis ojos.
El tiempo se hacía cada vez más chiquito y tenía que tomar una decisión instantánea. Eran las ocho y, frente a un teléfono público, aún no decidía qué hacer. Hice una llamada, confirmó mi sospecha, pero del otro lado la voz indiferente me causaba náuseas de nerviosismo. No se si entendés lo que está pasando, le dije, pero las palabras se desmembraban a cada metro de fibra óptica. Qué estúpido. Llamé a su padre, que nunca había levantado la vista de su caja de herramientas, y confirmó mi sospecha. Cobarde o cauteloso (cualquier cosa menos impulsivo) volví sobre mi última frase para no dejar indicio de la realidad, y no fue muy difícil, no se dio por aludido. Ella no estaba, ya se habían ido los tres, o los dos, para ellos. Qué estúpido. Entonces volví a casa, mirando hacia abajo mientras las viejas construcciones de una y otra vereda se venían abajo en avalancha, la vida misma se venía en avalancha. La lámpara no me daba ideas, no podía pensar en otra cosa, no podía dormir, estudiar, trabajar ni comer. Hubiera necesitado extirparme los nervios con una tenaza, o taladrarme la sien, o tomarme un te de tilo. Pero nunca hice eso ni nada, la chapa heroica me quedaba grande en un mundo hipócrita, ya lo había explicado y lo expliqué después de que todo pasó, como un trueno que sacudió nuestras vidas, no tanto la mía, sino la de ellos. Sólo tres palabras hubieran cambiado el rumbo, bien digo, del universo. Tres palabras que podrían haber sido un milagro o la devastación, o simplemente que nuestras vidas sean considerablemente distintas a lo que alguna vez yo había pactado conmigo mismo. Yo tenía tres palabras que, pronunciadas en el segundo exacto, un solo segundo en toda mi vida, hubieran sido el big bang, una bomba que evita la muerte.

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Todo lo que pasó después, como a > b, puede ser mentira. Sólo lo entiendo como que eso fue mentira. Barajo la posibilidad de la mentira. Aunque todo parecía cuadrar: los tiempos, las mejillas, las direcciones, las ausencias, las lágrimas, la soledad. Nadie le dijo nada, nadie me dijo nada. Todo estaba bien.
En los ojos parecía ser verdad, hasta que lo enterró por completo. A partir de ese momento, como lo que pasó sólo existía en su mente, eso nunca sucedió.

Una manzana que cae en el desierto, y no hay ojo para verla.

Yo nunca vi esa manzana.

Sobre...