plip plip

Su espalda encorvada, esa idea de camino de huesitos trepando hasta su cabeza. Su pelo cayendo del otro lado de la loma, para tapar su rostro en lágrimas. Sábanas que se arrugaron en torno a sus manos, blancas, crispadas.

Un poco de humo azul navegando por el techo de la habitación, la ventana apenas abierta, los pies fríos, los dedos en puntitas sobre el piso oscuro, las lágrimas cayendo a pocos centímetros, plip, plip.

Las cortinas apenas respiran, como si el mundo de afuera descansara para siempre, como si todo se hubiera dormido para siempre, como si, para siempre, no hubiera más que hacer, que decir.

La noche se apodera de la habitación, por segunda vez, el mundo se apaga para nunca más volver a arrancar. Los fantasmas que bucean entre el humo y la oscuridad se van a pasear por ahí, afuera, donde no hay sonido, donde el único sonido que se deja escuchar rítmicamente es un plip, plip, en ecos, en cascadas lejanas, en ríos pretéritos, provenientes de la ventana de su habitación.

Sobre...