Un inverosímil bote se traslada a velocidad semiconstante. Oleadas de frío sacuden una tripulación que mira al horizonte, mientras los motores baten el agua del Paraná.
Una inusual sonrisa de una dama sentada en un banquito que apenas se mantiene quieto con el movimiento del agua. El capitán flota en un discurso sobre plantas acuáticas, y el timón toma vida y se mueve a gusto, recorriendo la superficie con líneas zigzagueantes.

De golpe, una ballena de acero se levanta sobre el bote, que arroja a un ridículo capitán hacia el agua, junto con una cámara digital que en el aire toma tres fotos movidas de atardeceres pixelares random.

Un aparente Gilligan corre desde la orilla de una cercana isla, en dirección al barco, gritando, y el barco se inclina, y la ballena de acero yace adormecida en la superficie. El barco está por volcar, la tripulación es arrojada por las barandas, algunos patinan en la madera húmeda para dar de cabeza al agua.

Hasta que vemos a un imbécil con una lancha y las inscripciones “bay guoch” al costado. Un rulo le flota al viento y tiene su salvavidas rojo, esos que parecen una especie de cohete o consolador, no estoy seguro.

El cetáceo herrumbroso se queja, y la tripulación trata de aferrarse a él, para no hundirse, pero las algas resbaladizas alojadas en su lomo impiden llegar a la cima del gigante, que en apariencia, posee unas palabras tatuadas en su lomo: algo escrito en ruso.

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