Y con el cambio de clima, un poco brusco aunque sumamente satisfactorio, comenzábamos el descenso. Un descenso fresco, nocturno, un descenso que en la noche era apenas un sonido, una pequeña piedra rodando, empujando a otras piedras aún más pequeñas. Un descenso con un constante murmullo suave, un rozar con la tierra, y un repiqueteo suave entre piedras chocando: universos desplomándose cuesta abajo. Universos que decidíamos liquidar. Universos que no eran mucho más que rocas pequeñas, rodando eternamente, llevándose de forma casi sonámbula por delante a cualquier otro universo. Universos sin brillo propio, ni aún ajeno. Oscuridad, choques y débiles chispas en la penumbra total.
Adelante no iba yo. Tampoco cerrando la marcha. Apenas una mochila confundida en el medio de la fila humana, que serpenteaba por la ladera de la montaña.
Lo único palpable, tangible en mí, pero no por mucho tiempo, era mi mente. Mi mente solitaria entre una columna de un humo humano que se agitaba al viento, como pequeñas estatuas de cartón, o de papel, y la eterna sensación de que éramos una pequeña cinta, unida solamente por unos pequeños hilos tan finos, tan frágiles, que no valía la pena ni siquiera preguntarse un “qué pasa si”, por que, la verdad, para qué, si era lo mismo. Igual iba a pasar. Igual la cinta blanca sobre el negro del universo resplandecería hasta que se rompiera, hasta que los hilos se cortaran.
La gente, los muñecos bidimensionales de papel, nosotros, descendíamos con cautela, tratando de destruir la menor cantidad de universos posibles. Ahora que no abundan, ahora que hay pocos lugares para vivir, ahora que todas las rocas se desbarrancaron varias veces, y al suelo, ahora procuramos que, en este presente un poco despegado de aquel pasado, el cosmos tenga un instante de reposo, un segundo para no cambiar tan de golpe, para que de pronto no exista este aire gélido, para que mis huesos, uno tirado por allá, otro abandonado más arriba hace un rato, no sientan el viento seco, el hielo acosador.
Cuidamos, sobre todo, de no destruir los universos, para no destruir el nuestro, no sea cosa que justo esté ahí, o sea esa piedra, esa que voy a patear. Pero no, no era, allá va, rodando, y nosotros seguimos igual. Total o Parcialmente igual. O tal vez lo sea. Todavía no llegan señales de eso.
Alguien frena, más adelante, en la interminable fila. Alguien frena y se siente como un eco que llega a través de la mano del de adelante, y sigue hacia atrás, desde mi mano, tomar la línea recta, y seguir todas las manos, derecho, hasta que termine, si es que termina.
Alguien, allá adelante, a años luz de distancia, encontró algo. Alguien se detuvo, o algo lo detuvo. Y llegan pequeños escalofríos desde adelante. Y los escalofríos recorren velozmente mi cuerpo, y como si se tratara de una persona huyendo dentro de un tren, se dirigen hacia el otro vagón. Hacia el vagón helado de atrás del gran expreso, que empieza para nunca terminar: Y estar en el medio, en el medio de ese gusano galáctico, es algo muy extraño.
El escalofrío que nace en la punta y que nunca sabremos si llegó a la cola, se convierte en un escalofrío global, un tiritar suave, que en la noche forma un gran zumbido. Todos nos sacudimos sutilmente, y es casi como una comunicación telepática. Es casi como el principio de la comunidad mentalmente global. O lo es, sin el casi.
Algo hay adelante, la fila (el tren, el gusano galáctico) sigue detenida, y el vapor comienza a salir de nuestras bocas, un vapor denso, blanco, caliente, que se eleva hacia la oscuridad de arriba. Un gran tubo lleno de conductos, lleno de agujeros por los que escapa el vapor, por donde escapa el alma. Nos transformamos en una línea blanca, una cinta de vapor que se eleva encima de la cinta de papel, y ahí nomás, pese a su forma compacta, se deshace, como telaraña húmeda, como una nube desgarrada, y pierde color e intensidad, y desaparece.
Desaparece, como las peores pesadillas, para volver a aparecer al instante, sin más.
Y las miradas de todos, invisibles, apuntando a un abajo tan oscuro como el arriba, esperando pacientemente que la fila que se ha demorado, comience nuevamente su movimiento hacia abajo.
Y ya casi parece que no vamos a avanzar, pero ahí estamos, de nuevo, el escalofrío es sutilmente reemplazado por un tirón, de vagón en vagón, de adelante hacia atrás, y vamos de nuevo, llevando nuestra blanca sombra de vapor un poco retrasada, esperando que no nos abandone, que más o menos siempre esté sobre nuestras cabezas. Y los pasos comienzan a hacer ruido en la superficie oscura. Y los pasos comienzan a acelerar, y la brisa que marca el paso del tiempo y el espacio resbala por nuestros rostros. Avanzamos
Y mirar, tratar de escrutar al gran gusano es algo en lo que todos piensan, pero nadie encuentra las suficientes razones positivas para hacerlo. Sólo vemos un par de cuerpos adelante, y sólo sentimos un par de cuerpos detrás. La noche sigue, casi tan larga como este tren, y seguramente pensamos(o deberíamos pensar), que los de adelante deben estar ya cerca del sol, y que la redondez de este mundo se ha disipado, y sólo queda un plano negro recto y sus infinitas posibilidades de recorrerlo con una fina cinta blanca, mientras avanzamos hacia el sol, para fundirnos con su fuego, de a uno, siempre tomados de la mano, para terminar con esto, para que empiece nueva e infinitamente.
Sobre...
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- Published:
- 10:59 p.m.
- by Anónimo
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