Con un aparente desdoblaje temporal me encuentro con mi persona hace la mitad de tiempo exacta desde el día en que nací hasta hoy. Los colores del pasado son sepia,exactamente como pensamos cuando somos niños, y totalmente distinto a cuando cometemos la estupidez de convertirnos adultos.

Ahí estoy, pelando una mandarina en el patio seco, arrodillado en unas champas de pasto amarillo, mientras sigo con la vista tapada parcialmente por un flequillo mal cortado un camino de hormigas negras. Esas que siempre me gustaron. Esas que no pican. Las que son buenas. Las enemigas pacíficas de las hormigas rojas.

Un atardecer plegado y replegado sobre miles de atardeceres arroja una luz pareja y lavada sobre mi infantil espalda. Miro unas nubes, tal vez buscando unas formas de animales. Miro de nuevo el camino de hormigas, una delicada línea oscura sobre el otoño de la tierra y el pasto.

Atrás, en la casa, se escuchan algunas voces levantadas más de la cuenta, voces a un volúmen totalmente imposible de comprender, de entender, de explicar. Media mandarina pelada rueda por el piso, el corazón se ahoga en un llanto familiar, y la tarde sepia comienza a desaparecer detrás de las medianeras.

Me sacudo en vano unas rodillas sucias, seguramente motivo de nuevas peleas y camino hacia la puerta de mi casa.

Sobre...