La soledad es un microscopio capaz de develar cualquier verdad acerca de mí y del mundo que me rodea. Es un trampolín, es el contrapeso que logra el equilibrio de cualquier acto previo o posterior. Es el encuentro entre yo en el mundo y yo aquí y ahora. Es la contraforma de un alma errante.
 
Estar en silencio, el café en la mano, el cigarrillo en la otra durante horas, escuchando un disco de jazz hipnótico. Mirando la montaña y el agua bailar, sintiendo el viento fresco del atardecer en las orejas. Tocando un mi mayor en 3/4, en 4/4, en 5/4. Calentando mis manos en el fuego número 23.234.663.239.145 del ser humano número 23.234.663.239.145. Llenándome la cara de humo y radiación. Mirando las veredas de la calle Espejo, caminándolas sin levantar la planta de los pies. Sentado en el quinto asiento del 63, dividiendo el tiempo mentalmente. Bailando lento con la escoba. Saltando en la cama. Frente a un micrófono, con los ojos cerrados, escuchando el rumor de las miradas. En la puerta de casa, abriendo con llave. En el cine a punto de quebrar de la emoción. Sentado en un pinar, en el piso, con una manta y una mandarina. Cenando en la vereda de un restaurant en el centro.
 
El goce y la plena inconsciencia de estar en el mundo sin nada ni nadie. Esa incomprendida inconsciencia descubierta que nos permite amarnos.

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