Intimo

Apagamos el televisor, aunque reina esa atmósfera fluorescente y ese zumbido imposible de callar. Apagamos el televisor y suena un zzzzzzzzzz violento que se extingue al doblar una curva temporal y espacial, y nuestros oídos quedan despabilados una vez más.

Nos hundimos en el silencio incómodo. Un silencio de motos que doblan por la otra esquina, un silencio de un avión lejos que aterriza, un silencio de personas caminando y hablando de cualquier cosa para que el tiempo pase. Ese silencio incómodo, íntimo. El silencio incómodo de apagar todos los sonidos arrojandoles silencio, apagar todo y sólo mirarnos, encender nuestros oídos como dos chispas en la oscuridad, y escuchar tal vez la voz de alguien en Moscú, o el latido de un recién nacido en la India.

El silencio incómodo de la intimidad, lo que nunca tuvimos, lo que nació muerto, lo que perdimos intencionalmente en el ruido de afuera. Nos sentimos íntimos por un instante, aguardamos, el mundo casi casi es nuestro, una mujer en Bruselas se ríe de algo, y una onda de radio del espacio interfiere una conversación entre empresarios de Vietnam. Nos esparcimos, nos volatilizamos, atrapamos suspiros de una noche de sexo polaco.

Entonces suena tu celular, y el mundo vuelve bruscamente a esa íntima anormalidad.

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