El sol en las calles.

El sol me alcanzó por primera vez en Junín y España. Tuve que voltearme para sentir el calor de su luz. Las montañas atrás se dibujaban borrosas, y la luz oblicua bañaba a las rejas de un extraño color naranja: lanzas afiladas que se ordenaban delante de las rejas, mutación de la idea de protección: donde esperaba ver hombres rudos sosteniendo el acero ensangrentado, sólo existía cemento rebocado.

La segunda vez, no pude evitar al sol. Fue en Serú y 9 de Julio. Tenía que cruzar la calle y pasé una vez más por su mundo colorido. Las sombras completamente azul de la ciudad resaltaban la majestuosidad de la estrella moribunda.

Por ahora, para siempre, dejo mi mirada, mis ojos fijos en ese globo gigantesco que borra toda la geometría anormal de la ciudad.

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