Todo lo que siempre quise de la vida: un auto

Me regalaron un auto, dieciochomil kilómetros, gasolero, con un gato muerto adentro del baúl. Apestando. Mi auto hiede. El manual de instrucciones dice con Helvética 6 puntos: "No intente acercarse al gato. No intente limpiarlo. El gato es irremovible. Haga de cuenta que no existe"
 
De hermoso diseño alemán, muy bello, muy minimalista y cómodo. Tan cómodo, placentero y versátil que me paso los días adentro, sin pensar en otra cosa, sin saber en qué ciudad estoy. Mi auto y yo.
 
El gato se pudre.
 
Todos los días le doy arranque, me doy una vueltita por ahí. Siempre quise un auto (y mi mamá siempre soño conmigo manejando) y la verdad es que el hedor no me molesta. Me siento poderoso frente al volante bañado en gamuza. La palanca de cambios, una y otra vez, el auto quieto, sueño que manejo por autopistas.
Abro las ventanillas para que el mundo sintiera el hedor, el hedor que a mí no me importaba sentir, porque tanta belleza anula mi olfato, tanta y tan pequeña y simple belleza es todo lo que quiero en esta vida. Soy un hombre que sólo ve y que no puede olfatear que en mi auto hay hedor, que mi auto está sucio, que todos ya sintieron el hedor y que lo único que me queda es pasar mis días en el asiento delantero, sin gastar nafta.
 
El hedor es tan fuerte que se me ha pegado, no me lo puedo quitar de encima y ahora ya nadie quiere tomar el té conmigo.

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