Frente a mí había una tenue obscuridad, sensiblemente más obscura por mi bloqueo escénico. Entre la gente pude ver un par de caras atentas, y de pronto di con su mirada, que no se cómo era, pero hizo que mi vida cambiara. Fue en ese momento cuando dejé la anhedonia morir y sentí aflorar mi propio ser públicamente. Ya la había visto antes acomodando una silla, pidiendo una cerveza, pero no me había parecido probable. Entonces me aproveché de la situación, para disfrutarla y jugar a ser actores.
 
La luz se encendía cada vez más y yo vi sus ojos puestos en mí, entonces puse mi alma ahí, para que se vea. Mis manos se hicieron fuertes, mi voz se clarificó, mi cuerpo anuló la enfermedad. Mi cara ya no era la de antes y dejó de serla. La sonrisa fue desde ahí un alivio de sinceridad, de felicidad. Mi corazón se destrabó y se hizo grande. Mi persona se volvió transparente.
 
Cuando me di vuelta ya no estaba y nunca volvió.
 
El destino me dio su nombre y un amigo me dio su foto.
 
Entonces recordé cómo era y confirmé mis problemas perceptuales: no era su mirada, sino su sonrisa la que me obligó a ser feliz.
 
Cada vez que vuelvo a cantar, canto para ella y canto mejor.

Sobre...