Un suspiro. Desde el andén, el tiempo pasa, se desdobla, acelera, corre, camina, se agita. Desde el andén el tiempo es el viento que sacude las pequeñas plantas y rastros de pasto que se niegan a abandonar el óxido de las vías y tratan de trepar al calor del metal, tratan de ahogar el sonido de las ruedas chillando cada vez que el tren comienza a frenar.

Otro suspiro. Un boleto viejo se asoma entre las manos cerradas por el frío. Otro suspiro, y hace un tiempo incalculable que estoy parado esperando el tren, nuestro tren. Hace un largo tiempo que espero ese tren gigante que somos nosotros dos, ese tren que avanza impulsado por nosotros, impulsado por nuestras risas y lluvias y amaneceres y atardeceres. Espero con el boleto, con el permiso, con el justificativo de porqué me fui, porqué abandoné el tren. Lo espero de nuevo, esperanzado, asustado, convencido.

Y el viento, el tiempo, comienzan lentamente a agitar el campo, lentamente agitan el boleto en mi mano. Lo sostengo con todas mis fuerzas, lo aprieto entre mis manos temblorosas, lo froto contra mi campera.
El viento, el tiempo, me encuentran solitario en el andén, en mi propio andén esperando mi propio tren.

El viento cambia, de lejos, en la curvatura del mundo, y agitado juega con unos pétalos primaverales, unas risas veraniegas, y un sonido, probablemente, seguramente, el mejor sonido que jamás se haya posado en mis oídos. El sonido del tren que se acerca.

Me acurruco en la campera, estiro los ojos, estiro mi cuerpo, me pongo en puntas de pie, sostengo mi boleto como si se tratara (¿acaso no se trata?) de mi vida, y sí, es claro, es el sonido lejano, distante, hermoso, de nuestro tren. La hierba se sacude suavemente, las vías emiten un RE limpio y metálico, apenas como un zumbido, y desde la curvatura del horizonte veo que aparece, veo que aparecés, con todos los vagones, igual a cuando descendí.

Espero el tren y llega y subo, y arrancamos, a toda velocidad, y flotamos sobre las vías, porque no las necesitamos, y volamos, y ahora entiendo, no hay un sólo camino posible para nosotros: hay miles, que se ramifican como árboles, como los árboles de abajo que comienzan a vestirse de tallos y primaveras, o como las pequeñas plantas que trepan y tapan las vigas, y pienso, y esto será lo último que voy a pensar ahora, que espero que el pasto crezca ahí donde en apariencia hay un sólo camino. Espero que la tierra tape las únicas posibilidades que somos capaces de ver para mostrarnos las infinitas posibilidades que hay en el cielo. Para que nos enseñen que sí, después de todo, no necesitamos vías si tenemos con quién volar.


Como no puede ser de otra forma.....a Eli.

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