Ahora pateo piedritas al costado de la ruta nacional nº 7, lejos de tu casa, mientras pienso que a esta hora debés estar por tomar eso que damos en llamar media tarde, pero que no importa, en serio, porque después de todo tus medias tardes nunca fueron a la media tarde, lo juro. Siempre llevé la cuenta, siempre fui de los que parten el tiempo, siempre fui de los que se fijan en las cosas que los demás dicen sin cumplir, sin pensar. Siempre fui de esos que no se casarían por Iglesia y con cura y novia de vestido blanco sólo porque así lo dice el manual de la vida standard.

Por eso sé que ahora que no es la media tarde, ahora que es la media tarde de tu estómago, debés estar tomando ese café con esas galletas de miel, mientras yo arrojo piedritas a los “Expreso Uspallata ” que doblan por las curvas cerradas sin reparar en las posibilidades de ir a parar al río Mendoza. Por eso parto de mi casa y empalmo la ruta nacional nº 7, porque soy de esos que deciden escaparse de la forma más ridícula, porque no me escapo de los demás de la forma standard. Por eso pateo piedritas mientras las montañas saben que para mí no son más que grandes piedras que no puedo patear pero que patearía si pudiera, derecho por el río Mendoza hasta la ciudad, favor de aplastar el edificio Gómez.

Ahora camino con las zapatillas llenas de polvo de arcilla, con los cordones desatados, con el cuello cansado, con las manos en los bolsillos, con los oídos apunados de música, con el pelo sucio, con las rodillas agotadas.

Ahora camino por la ruta y los autos dedican una sutil luz baja a mi cuerpo, y siguen, desaparecen con ese efecto doppler que traté de explicarte pero que no pude, y se alejan danzando con ese baile que trataste de enseñarme pero que nunca pude aprender. Porque además, soy ese pequeño gran caprichoso, esos que habitan en Mendoza, esos que nunca la pasaron del todo mal, pero tampoco del todo bien. Esos que para ellos la vida es cómoda e incómoda a la vez. Esos que aunque vivan de la lógica, terminan siendo los más irracionales. Por eso camino hacia Uspallata. Por eso pateo piedritas. Por eso toco carteles de “Curva Peligrosa”, por eso me refugio en los pequeños túneles cavados en la montaña y me escondo en la oscuridad para asustar a los turistas. Por eso me quedo contra las paredes de los túneles para sentir la velocidad de los “Expreso Uspallata” pasando tan cerca de mi cuerpo, tan cerca de mi ropa, tan cerca de sus muertes.

Por eso camino y miro constantemente hacia atrás, por eso miro a los autos acercarse pero no alejarse, por eso monto el escenario de mi película sobre la Montaña, a 1200 kilómetros de Buenos Aires. Por eso leo los mensajes pintados en las piedras, mientras los autos bajan y suben, trepan y descienden, y yo sin hacer dedo, porque me da vergüenza, y porque prefiero soñar con peregrinaciones y cruces de Los Andes.

Porque me gusta pensar que estoy loco. Porque no lo estoy. Porque lo único que hago acá es esperar que en la próxima curva peligrosa asomés, primero tu pelo, luego tu cara, y así en orden hasta tus pies. Porque espero que bajés de ese Expreso Uspallata para decirme que vuelva con vos, que tomemos la media tarde juntos, que “a que no sabés qué, tengo galletitas de miel”, y todo eso.

Porque soy de los que nunca la pasaron tan mal en la vida, y de los que nunca la pasaron tan bien como cuando están a tu lado.

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