Nunca quise tocar la mesa, ni siquiera los cigarrillos, el paquete apenas abierto y ese aroma de tabaco que todavía rodea esa escena del crimen de donde escapaste sin cargos, esa escena de donde te vas para no volver, y no existe una pena para eso, no existe un castigo. Nunca traté de limpiar la mesa porque en ella todavía descubro las huellas de una pintura de la última cena, de nuestra última cena, y donde puedo ver todas las pinceladas de nuestras vidas, donde en cada detalle, en cada objeto puesto al azar sobre el lienzo puedo observar nuestra vida, nuestra polaroid mal sacada, borrosa y oscura.
Todavía un cenicero está a punto de arrojarse por la borda, justo donde, obstinada, lo dejaste siempre, y unas colillas retienen un poco de ese labial neutro que nunca me gustó, pero que ahora es la única huella digital, la única prueba, el móvil que asegura que estuviste acá. La prueba de vida inteligente en otro tiempo, en otro planeta.
Y ahora que lo pienso, después de todo este tiempo, después de ver que la mesa sigue como siempre, el reloj de pulsera que dejaste sobre ella - porque no llegaste a vestirte completamente luego de nuestra horizontalidad en la alfombra- está detenido, apenas unos minutos después de que te fuiste, exactamente a las 9:19. Así, solo necesito mirar la mesa, desde arriba de una silla, como un cuadro rectangular donde el tiempo jamás pasa y se representa, ya lo dije, nuestra última y apresurada cena. Una cena, un momento inmortalizado, inmaculado, infinito.
Más truenos se dibujan, más truenos rompen contra la tierra, el verano que no llegamos a ver está acá, en el maldito C, muy lejos de ese A donde las cosas eran como soñaba que serían en ese inalcanzable B.
Sobre...
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- Published:
- 10:06 p.m.
- by Anónimo
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