Llegó a casa con su pullover rojo y su colgante de marsupial. Supo verme en silencio tocar una canción de porcelana de un vasto océano. No me conocía pero no le interesaba. Quería más el cambio que mi propia persona. Ahi estaba con ella, en el 4to asiento de la derecha del 71, sintiendo su perfume apio rebalsar por las ventanillas mientras me frotaba las manos dentro del abrigo. Quise tener su saco azul en casa, pero me conformé con bailar, por primera y última vez con ella. Bailar como se baila cuando se desea un alma que no se conoce. Tocar su cintura y su talle con las yemas y sentir latir su corazón contra el pecho, como tantas otras veces después. Solo que ella no sabía que estaba escuchando su corazón. Ella nunca había aprendido (y nunca aprendió) que el amor es morir en el regazo ajeno todos los días un poco.
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