En su único libro, y antes de desaparecer casi para siempre, Balthazar Mantra se refería a la velocidad de las cosas como el factor fundamental que rige el movimiento perpetuo de esa ciencia inexacta conocida con el nombre de Literatura, como “la fuerza que anula la distancia entre una historia y una vida o una vida y una historia. Si uno aprende a mantenerla como corresponde, no demorará en descubrirse dueño del más perturbador de los dones y el más feliz de los estigmas: la facultad de ver la posibilidad cierta de una trama aún en el más aparentemente nimio gesto de lo cotidiano. Dominar la velocidad de las cosas, entonces, es la más ambigua y paradójica de las bendiciones; porque, de improviso, todo parece digno de ser manipulado y puesto por escrito. Las personas no demoran en convertirse en personajes y así, atendiendo las poderosas exigencias de la ficción, acaban por desdibujarse los cada vez más débiles ruegos de la realidad. Se abre una puerta que ya no podrá cerrarse”.

Rodrigo Fresán, “La velocidad de las cosas”.

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