Ahora observo tu reflejo borroso en el espejo de mis recuerdos, tratando en vano de conversar con tu imagen, perguntandote qué pasó con el tiempo que nos dieron, qué pasó con ese tiempo que nunca entendimos para qué servía pero que juramos gastarlo entre los dos, de la mejor forma posible. Ahora el mañana es ayer, y el tiempo ha sido esa pequeña piedrita rodando imperceptible por la ladera de tus ojos y tu mirada y tus palabras. El tiempo ha sido una pestaña desprendiéndose de tus ojos para caer lentamente hacia el suelo, mientras tu mirada seguía ajena, inmóvil, mientras nuestros ojos se reflejan en nuestros ojos, mientras fuimos esas dos estatuas inmóviles, esas personas petrificadas por la mirada de la mirada de la otra, mientras las lluvias y los atardeceres escaparon en cámara rápida, pero en puntitas de pie, sin distraernos, sin llamarnos la atención.

Mientras rajo las negras cortinas que tapan tu andar por la ventana del pasado, te pregunto, desesperado, qué pasó con el tiempo que nos prometieron, qué pasó con el tiempo que me prometiste, una y otra vez, porque ahora, en esta habitación atemporal, en esta sala de espera mental, alcanzo a distinguir en un almanaque en la pared la fecha inverosímil donde se encuentra mi punto, donde los latidos de mi corazón rebotan incesantes, tratando como un pequeño insecto ciego de buscar la ventana que conduzca el dolor hacia otro lado, de buscar la ventana por la que nos eclipsamos tantas veces.

Ahora que es pasado mañana, ahora que es el año que viene, qué pasó con el tiempo que nos robaron y que no nos piensan devolver. Qué pasó con ese tiempo que se escapó suavemente de nuestras manos, qué pasó con esos granos inasibles de arena que resbalaron sin el menor sonido, sin el previo aviso, y se juntaron, se confundieron con la infinita playa, para nunca más volver a tomarlos, para viajar con el viento y con las olas.

Ahora soy una espiga madura sacudiéndome impotente en el viento, rodeado de un campo dorado, rodeado de espigas que se mueven, que se mezclan, que se confunden, bajo un techo de atardeceres de fuegos rojos y azules. Ahora soy una espiga más, totalmente confundible.

Ahora soy esa espiga madura mientras escucho la guadaña cerca, cortando, sacudiendo, levantando en cámara lenta su filo, bajándolo con suavidad sobre los tallos, brillando rojo y plata sobre el campo dorado, mientras miro, mientras busco tus recuerdos, mientras trato de remar contra la corriente de tiempo que me sacude y me lleva a ese océano donde el tiempo se amontona y se estanca, donde todas las almas flotan a la deriva, perdidas, mientras, probablemente, se pregunten dónde está el tiempo que nos prometemos, dónde está ese tiempo, dónde estás vos.

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