La bestia se paró frente a mí de improviso. No la esperaba. Me tomó con sus brazos y me arrojó contra una pared. Me dijo que yo no era nada, que yo no tenía poder, que yo no conocía la verdad. Me resistí, pero su fuerza era imponente. Su odio era transitivo y lo vencía todo, hasta el más profundo y arraigado sentimiento. Llegó como una mentira entre la más fuerte sensación de realidad y todo se volvió gris. Las cosas nunca habían sido grises.
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