Pal-n

La campera negra la tenía por el piso de tanto estirarsela en la parada del 138. La camisa deshilachada en el bolsillo, camisa escocesa cuadros, lejos del grunge, se preparaba para la cita. 35 años derrochados entre revistas clase A, weblogs y cenas solitarias frente al río se ventilaban en el efecto estroboscópico hipnotizante de la bicisenda de calle Buenos Aires. La cabeza a 5 grados sobre el vidrio, Volvió en si y trató de limpiar con la manga de la camisa escocesa la grasa capilar que difuminaba un sector de la ventana, precisamente donde había apoyado y refregado su cabeza. Se imaginaba que si su grasa pasó al vidrio, tal vez otra grasa anterior pasó del vidrio a su cabeza, y que tal vez todos los conciudadanos tendrían en su cabello restos de grasa de otro. Víctor, 55 años, empleado bancario, se toca el pelo semilargo y luego toma un cheque, lo sella y lo guarda en un cajón, junto a una pila de cheques. Claudia, 30, pasante de contaduría toma el cheque en la oficina del fondo, le da vuelta, revisa la firma, lo mete a la maquinita cilíndrica que lee ese código de números rayados... se toca el pelo. Federico, novio y amante de Claudia le muerde un mechón de pelo en una plaza, tipo 20:35, se traga un pelo, se traga la grasa. Fin de la cadena.
Bajó cerca de la terminal, e inmediatamente revisó el reloj de la torre. 16:45. Esquivó los autos, a mitad de calzada vio a la dama en cuestión sentada junto a la puerta del bar. Cincuenta por ciento de opacidad para su imagen, cincuenta porciento para el diariero de la esquina de Caferatta ambientado por efecto doppler de ambulancia cruzando en rojo San Luis.
Estaba igual que el otro día, que de casualidad la había conocido en un café del centro. La misma blusa negra y el mismo largo de uñas, esmalte transparente, la misma cartera IRAM, el mismo gesto de ingenuidad.
Desde el balcón de sus espaldas le tapó los ojos y le olió el pelo. Después de que el mozo dejó de mirarlos intrometidamente, dio la vuelta al mundo, se olvidó de todo y la besó en PAL-N.
Más tarde ya estaba de vuelta igual que las otras 10 veces, 139, Córdoba. Ninguna sonrisa, ningún sobresalto, ninguna alarma, ninguna novedad. Recordó el insípido sabor de lo nuevo. Es lo que no tenía ganas de hacer. Lo que alguna vez pretendió ya no existe.

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