Renacer. Pero dónde. Anotaciones que se confunden con la realidad. Sueños que también se mezclan y pisan e invaden este lado del espejo. Extraño pensarte, extraño recorrer tu cuerpo, extraño posarme al lado de tus ojos.

Luego serán huracanes azules traídos desde lo remoto. Ignorar que estamos muertos ni bien se parte el cascarón.
Para nacer hay que destruir un mundo, eso si no nacemos muertos, cosa que ocurre con una frecuencia apabullante. En realidad, no nacemos muertos, sino que morimos más de golpe que los demás, pero de alguna forma el destino nos marca esa inminente muerte, como si el otoño y aún el invierno en estas latitudes nos alcanzara a cualquier edad, en la primera curva de la vida, cuando todavía no terminamos de tropezar por primera vez y entender qué es lo que nos hizo tropezar, sin entender (¿Pero acaso alguna vez lo entenderemos?) qué es cielo, qué es tierra, y que es eso llamado "piedras en el camino", qué es la intención, qué es amar, qué es el sexo, qué es llorar y qué es correr calle abajo sin saber por qué no nos interesa frenar en cada cruce, por qué el auto azul que nos embiste refleja cielo y no tierra, y sobre todo, como en este caso, como en mi caso, por qué demoro tanto en caer, en estrellarme contra el suelo, en ser un charco más calle abajo, lágrimas rojas que corren calle abajo y tampoco frenan en los cruces.

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