cierre

Creer que es fácil, que es así de simple. Cómo quisiera tener las fuerzas para demostrar todo lo contrario. Es el peor instante (ojo, no momento, sino, instante) que he pasado, y acá estoy, rodeado de la luz de un velador, y nada más. En realidad, un perro que ladra afuera. Pero eso no soluciona las cosas, eso no cambia los esquemas. Eso, finalmente, me destruye. Pensar que el que era no está más me atemoriza, motivo por el cual sigo jugando a ser el que era. Imposible. Imperdonable. There´s no turning back, y para cuando sea amanecer (falta un rato, tal vez una hora, una hora y media) habré desaparecido por completo de este día y de este costado y de esta vereda patética, este pasillo de hospital donde lo único que puedo oír son los lamentos de mañanas cargadas de situaciones que no elegimos. Mi cuerpo arde, mi tos persiste, no puedo respirar y me desarmo frente a este monitor de mierda. La vista ya no es necesaria. Quisiera decir algo inteligente. Quisiera tirar un epílogo interesante, pero la vida, lo que me gusta llamarle vida, no existe. Soy un fantasma más correteando por ahí. Me deshago en migajas, y las palomas con las primeras luces vienen a devorarme.
Ya no hay más campos sembrados, no hay más riachuelos con aguas dulces o cristalinas o saltarinas. Mi dolor en el pecho y esa idea de que lo lamento, pero la función terminó.

Todos aquellos que quisieron golpearme por la espalda, pues lo consiguieron. Me desato de sus relaciones insípidas. Si no pude valer para Uds. un miligramo, pues ya nada me importa, ir a leer a una plaza infinitamente. Mi nostalgia no se borra, y aquel que quiso jugar con mi mente tratandome de estúpido, se va a llevar un regalo poco merecido. La muerte, la muerte que nos llama y nos destruye y nos desarma, la muerte que nos destroza mientras decimos, qué mierda, qué mierda es esto, para qué carajo sirve esto, para qué sirve estar vivo, para qué mierda sirve este blog y todos los que lo repasan como si se tratara de un colectivo al azar, de un alma en pena (alguien ya me llamó así), o como si se tratara de este dolor de mierda que no me abandona (alguien, o la voz de alguien, que dice: "lo que necesita es una patada en el culo"), entonces morirme, ya, me muero ya mismo, para olvidarlos a todos, para pensar que nada de lo que me pasa existe, somos y no somos, somos eso y nada más, nos morimos y yo me muero y el fin está cerca, y desaparezco mientras trato de comprender la estupidez mental que deambula sobre mi cama, y de ahí para afuera.

O mejor, puedo mentirles y decirles que está todo bien, que es todo un chiste, ja, ja, y nos reímos y vamos a otra cosa, porque, la verdad, lo que quieren leer tal vez sea lo que uds. tienen ganas de leer, y creo que por hoy no les voy a dar el gusto, hoy voy a ir contra las reglas de mierda que me impuse al momento de empezar a rayonear por acá. Voy a pavimentar este camino de tierra y a pensar que el mundo, o eso que llamamos mundo, deja de existir a partir de hoy. Todo lo que hago, el trabajo, etc. etc. son sólo ejercicios aprendidos, practicados y realizados con cierto espíritu de reproducción exacta, como si morirme, morirte, fuera algo que nos paraliza y ahí vamos entonces, sin poder escribir nada más, sin tener la capacidad motriz de construir en el teclado dos oraciones, o tres, sin tener en cuenta que alguna vez (recuerdo quinto grado, aunque podría ser cualquier curso) aprendimos cosas básicas, primordiales, y si no las aprendimos, pues bueno, al menos trataron de enseñarlas (quiénes). Mandar a la mierda a todo aquel que no merezca un gramo de compasión (se lee: "el pibe da lástima, es un alma en pena") y ya me parecía que tanta bondad sin sacar el cuchillo y clavarlo por la espalda no era posible.

Mejor utilizar a los que nos rodean como extensiones nuestras, y ahí vamos a montar una telenovela (la misma que odiamos) para poder salir de esta, para sentirnos a flote dentro de ese mundo (construído y narrado por nosotros) que se hunde, cuyo capitán, cuyo presindente, cuyo dios, en todos los casos, suele ser nuestro amigo, nuestro objeto de envidia.

Qué suave suena en la boca decir: me muero pero no llevo a mis amigos, me muero solito, en el banco de una plaza. Las primeras en enterarse serán las palomas, cagando sobre el libro de Bolaño, posándose sobre mis pies desatornillados del suelo (por vez primera) y adheridos a ese banquito de tres tablas y dos rodajas de cemento verticales, adiós a eso que llamamos almuerzo, cena, media tarde y horario laboral.

Lo sé, lo sé, tendré que olvidarme del amor de un beso silencioso, desinteresado, pero realmente, a quién podría importarle cuando todo se trata de llegar a esa meta donde todos tratan de no llegar? Trato de devorar casilleros, avanzar y responder acertadamente, pero sin comprar propiedades, sin comprar ferrocarriles y de vez en cuando frenando en una comisaría.

Si tuviera que pedir disculpas, la lista sería larga, no eterna. Por eso prefiero aclarar que si el tiempo lo permitiera, hubiera pedido disculpas. Todo aquel, por otro lado, que crea conveniente heredar mis perdones, pues átese a un poste y sírvase recibir mis arrodillamientos como si se tratara de un flechazo sobre la manzana dispuesta en sus cabezas, un Guillermo Motel que lanza, lampiño, una especie de flecha-tiempo-destino? y casi casi acierta. No me iré, obvio, por lo bajo, sin antes ver un chorrito de sangre brotando de la frente.

Decir más es dar vueltas sobre lo mismo. Espero que el día me atrape desnudo bajo la sombra azuloide de un árbol. Y mis labios también, heridos, azules y hundidos. El resplandor de mi piel en la plaza que nos abraza y no nos suelta, o el parque que nos entierra, o el alma que se alborota y se preocupa, pero calma, calma, esto es una cuestión de cuerpo, y nada más.

Sobre...