De golpe el corazón se estanca. Parece no ser más que un trozo de carne golpeada. Ambas manos caen fatigadas, el rostro chorrea cauces de lágrimas azules. La noche me ha dejado desarmado. Y pese a que es de día, pese a que el sol brilla pálido sobre el cielo plateado, pese a la luz amarillenta y las sombras violáceas, no hay más que noche.
Los autos ya no rugen: murmuran. Las aves se mueven sobre los árboles, pero no hay sonido que brote de ellas, no hay batir de alas, no hay viento golpeando plumas.
Lo más parecido a estar muerto, a haber nacido detrás del blindex que me separa de este cuentito a colores.
Dormir, pero no olvidar apagar el interruptor, todas las esperanzas desvanecidas de un tirón. Y mi alma, opaca, ilusa, recostada sobre la noche, y mis llantos, restos moribundos de imagenes y deseos y pequeños sueños en blanco y negro.
Y mi cuerpo, ese autoengaño, esa fauna que me devora y me asfixia.
Polvo de ladrillo en el parque, polvo para mutar, para revolcarse en él, para que el mismo sendero que lleva velozmente a los deportistas, a mí me transporte lento, pesado y a la rastra.
Alguna vez fui feliz. Alguna vez tomé en mis manos aquello que llaman paz, algo tan frágil, tan indefinido, que terminó rompiéndose o escapando de mí.

Crecer es morir de a poco.
Mientras el pecho se comprime y las costillas se entierran en la carne, sólo pienso en este parque. Parque de ladrillo, parque de árboles, pinos, palmeras, estatuas, lagos, manteles, perros, bicicletas, helados, tal vez globos, quién sabe.
Los portones del parque me asustan. Todo parece indicar que soy parte de una bruma oscura. Mi cuerpo tiembla, pero el piso permanece intacto.

Voy a morir hoy, o mañana. Voy a morir sólo para nacer y morir nuevamente, para ni siquiera saborear la paz de la inevitable y eterna muerte.
Revivir, sí, pero revivir sin los recuerdos que poseo, como un alma nueva, limpia, sin remordimientos, sin presentes ni pasados, sólo futuros que no me condenen, futuros en los que pueda desembarcar si temor, sin esfuerzo.

Sobre...