Sueños cruzados.

Las hojas crujen bajo los pies de goma. Las luces se desfiguran. Un vagabundo desanda tambaleante por la orilla de la calle. Olvidó qué era caminar, cómo era caminar, y lo más importante, para qué. Cada persona tendría que abrazar un árbol, sentir su corteza, sentir lo que existe dentro. Pero eso es parte de un sueño, uno de los tantos que se entrecruzan y saltan la barrera de los días para unirse, mezclarse. Un perrito de color canela, con la cola en forma de aguja y patas finitas entra en mi casa. La puerta sigue entornada. El plomero, un hombre gordo y morocho, con una gorra azul(demasiado inverosímil) me mira desde la cocina, y con la cabeza o el mentón me indica el baño. Le hago señas amistosas de que pase, pase, haga su trabajo. Llego en medio de una noche nubosa. Las hojas se desparraman por todo el patio. Mi cama fue trasladada hacia afuera, y el viento sacude las sábanas. Veo relámpagos apagados. Es una noche muy cerrada. Las nubes se apelotonan. Algunas se vuelven láminas plateadas que colorean el patio pardo. Miro las sábanas. ¿Dónde se metió el perro? Ya no hay plomero, los bosques de árboles desaparecieron. Entre mis pasos se intercalan imagenes frente al monitor. A la pregunta de: ¿Cómo te sentís? me petrifico. Me da miedo decir que "bien", y me da vergüenza decir que "mal". Ma arrastro como puedo hasta la cama y encuentro al perrito ahí, arrebujado entre las mantas, hecho un ovillo oscuro. Sus ojos brillan como si hubiera llorado toda la noche. Se estira cuando me ve. Mis ropas desarregladas y arregladas de nuevo. Ctrl+Z. En el colectivo, entre caños y movimientos poco amortiguados, atajo una mirada del chofer, mi mano tiembla y pago el boleto. La luz del sol, no lo había notado, brilla de una forma distinta, desde hace un tiempo. Los bordes de los vidrios llenos de polvo. Quién es ese vagabundo ahí, pisando despacio como si la ciudad se hubiera transformado en un charco de alquitrán. Siento vértigo. Dónde escuché los números de la quiniela. Era algo así como "2716", y cuando la mujer termina de decir diez y seis el hombre joven a su lado dice: "la escopeta", y se ríen. En algún lado también abundan piernas femeninas recostadas sobre una cama. Me siento en el borde de un taladro que se dirige al centro de la tierra. Pienso en una escena donde una persona pintada con óleo está a punto de golpear unos portones de hierro rojo y negro: el infierno. Mira hacia atrás, y lejos se puede adivinar, después de millones de escalones ascendentes, la luz del sol, la superficie terrestre. Estuve en una batalla donde costaba distinguir los compañeros de los enemigos. La luz de la luna sólo bordeaba los cascos y las armaduras, y lanzas y espadas que se elevaban. Nadie informó sobre las cantidades. Un mar de guerreros danzando, empujándose, sin espacio para asestar un golpe. Hormigas negras. Y sabía que había algo más. Un partido de fútbol donde no se sabe bien quién iba ganando. Después alguien iza la bandera patria, pero la bandera se desata y vuela a través del patio lleno de alumnos vestidos de 9 de Julio. Uno de ellos no llevó escarapela. Su flequillo oculta ojos que con el tiempo desandarán también por la ciudad, tropezando con cada espacio, con cada mirada.

Sobre...