Toco

Por una vez quiero que ese bar reviente de gente feliz, que se llene con 150 personas que me hagan coro. Quiero extirparme la voz y colocarla en lo más alto y central del lugar, entre un caos armonioso de sonido y emoción.

Cuando viene el aplauso, el corazón se hace exigente y detecta la mínima variante (la mesa 5 aplaude con mayor fervor en los temas lentos). La vista se vuelve tímida, el suelo cercano y las luces sordas.
Mi sonrisa nace como nadie la vio nacer, mi persona muta a otra persona mejor, el mundo es maravilloso y si todo sale bien eso no cambia con nada.

A mi lado los hacedores y dealers de la felicidad, hablándome sin hablar, en una pública conversación.
Enfrente los inversores de la felicidad, gente que se siente bien con nosotros, porque nosotros nos sentimos bien frente a ellos, y así, viciosamente.

Y os aseguro que por más mal que salga, nada se iguala a esa satisfacción de estar haciendo algo bien, aunque pueda ser subjetivo. Nada se iguala a convertirnos, por una hora, una hora y media, en el centro incandescente del universo, un punto donde absolutamente nada es grave.

Por eso, durante ese éxtasis interior, esa sensación finita y eterna en la que tu propia vida y tu propio ser se materializan frente a vos, después de eso, cualquier cosa es una estupidez, soy un ser inmortal e invulnerable, donde todo mal me vuelve más fuerte y más grande y mejor.

Por eso todo confluye, todo guiña, y tal vez este deba ser un camino olvidado que se vuelve brillante.

Siempre trato de describir lo que siento cada vez que toco, pero supongo que es imposible que pueda ser descifrado. Es algo como proyección, feedback, y es sólo un porcentaje de lo que será.

Y tengo un presentimiento...

Sobre...