Noches de lluvias suaves, una tela húmeda que se posa sobre la ciudad, un mantel de rocío por donde paseamos. Las veredas brillan, las calles brillan, los autos brillan. Todo brilla. Los brillos se deforman y se alargan, como cuchillos a lanzas de luz que traspasan mis ojos. La fiebre me da ese calor / frío que saboreo con el paladar. Los mosquitos cuelgan de la pared en racimos de sangre tinta o malbec. No puedo dormir. Siento el tintinear de la lluvia en todos los detalles metálicos de la ciudad, todas las ventanas oxidadas, los portones de chapa, los techos de los autos.

Un perro ladra, lejos, en otro túnel espacio temporal. Me produce vértigo, luego náuseas, luego vértigo. Finalmente me acurruco y espero a los sueños que llegan en manada, husmeando, olfateandolo todo, trepando a mi cama, tanteando mi cuerpo a ciegas, creciendo todos ellos en la oscuridad, a medida que mis ojos se apagan.

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