Me arremango inútilmente, las mangas vuelven a la altura de mis nudillos. Ajusto mi pantalón a mi cintura falta de comida. Inútil, cae nuevamente. Miro el cielo, con esa luz rosa o naranja en el medio de la noche.
Los fantasmas de vendedores se desparraman por la ciudad, es la hora del cierre comercial, todos comienzan a colmar los colectivos de vuelta a sus hogares. El humo, los caños de escape, los bocinazos, la gente moviendo objetos, un rompecabezas gigante que se arma y muta y se desarma, una ola que derriba todo una y otra vez, un ritmo hipnótico en los pies de los transeúntes. Una cumbia suena lejos, en una feria persa.
La gente está cansada, acalorada, algunos también tropiezan como yo contra las baldosas levantadas por las raíces de los árboles ancestrales, árboles que, ahogados entre el cemento y los autos, tratan en vano de liberarse, de huir despavoridos hacia algún bosque o campo.
Acomodo el pelo de mi cara, así nomás, toco mi sien hirviendo y contemplo un rato más. La gente como siluetas de cartón moviendose, reptando, como hormigas negras. Sombras, siluetas que se mueven, sonámbulos de trabajos insalubres, mentes que pasaron su proceso de madurez y ahora mueren como una fruta podrida. Los veo como caracoles perdidos entre la costa, las piedras, las olas, sacundiéndose, dejando que el mar los arrastre hasta playas más tranquilas.
Siento caparazones romperse. Siento cráneos partirse en la noche. Los semáforos, el calor sofocante, las luces que se deforman, las sombras se agigantan, los bordes indefinidos de los edificios, la fiebre...
Sobre...
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- 10:34 a.m.
- by Anónimo
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