Pseudo Fantasma

Doblo una esquina de noche. Pasé un rato por la soledad del cine. Las personas sobredimensionadas, el ruido de la película girando, las casi imperceptibles sombras entre cada cuadro y cada cuadro. Suspiros. Personas que se acomodan.

Doblé la esquina de noche, con dolor de cabeza. Un perfume a jazmines me sigue durante dos casas (cartel de comida vegetariana, antes uno de un café al que asaltaron en un par de ocasiones) y luego se disipa. Tirito entre las sombras alargadas. EL alumbrado deforma la ciudad, algo triste, melancólico. Las pastillas arruinan mi estómago (cartel de SE VENDE PROPIEDAD). Recuerdo haber soñado con un blog lleno de errores ortográficos. Luego se trataba de un laberinto de Ligustrines Humanos. Un ejército de humanos/planta daban forma al laberinto. Humanos verdes bien podados, aunque algunos tenían un par de ramas que irrumpían con el contorno de hombre. Cada paso que daba, o más correcto sería decir, cada dos pasos (cartel de Peluquería, no recuerdo el nombre, no puedo recordar los nombres de todas las cosas, una muchacha en una foto detrás de las rejas de una ventana con un peinado ochentoso y rubor en sus mejillas) el laberinto se movía. Los soldaditos de vegetación cambiaban el diagrama del laberinto: donde antes había pasillos ahora se encontraban paredes. Era como si el laberinto mutara a medida que me acercaba (casa de música: carteles en blanco y negro de recitales de bandas de heavy metal. Tipografía simulando acero brillante. Ilegible a 30 centímetros) al centro, ese epicentro de los sueños que me era negado una y otra vez. Los seres Ligustrines no tenían, por supuesto, boca ni pelo ni ojos, eran figuras recortadas por algún Edward Manos de Tijera que se movían en perfecta sincronización. Cada decisión que tomaba (dos prostitutas se dirigen hacia mí, tapados de piel baratos, una con jean y zapatos de plataforma, la otra con una falda oscura y botas blancas acordonadas) provocaba una reacción en estos muros vivientes, y me era imposible alcanzar la meta. ¿Pero qué meta en realidad? Luego todo se deformaba, un batido de imágenes estrelladas como pintura sobre un muro recién blanqueado. Entre el yeso diviso una persona alta, anciana tal vez, indígena, con un arco tensado entre sus brazos flacos. Flechas clavadas en el pasto verde. Lejos, el sol sangriento asomando sobre un campo de batalla desierto.

Cruzo las esquinas, las sendas peatonales borroneadas, apenas visibles. Los colectivos navegan por las calles ondulantes. Recordar todo es imposible. Escucho por primera vez en la noche el sonido de mis pasos sobre las baldosas. EL día que no los escuche más seré un fantasma. Me apresuro a llegar a la puerta de reja antes que esos dos de ahí que caminan con mirada sospechosa.

Extraño unas piernas cálidas abrazando mi cuerpo. Tengo fiebre. Estoy mareado. Me tambaleo por el pasillo (una letra "D" pintada sobre la puerta de hojalata), nuevamente los hombres ligustrines me ven desfilar. Y avanzo, y retrocedo. Las personas me ignoran. Todavía escucho mis pasos rebotando en la ciudad. Todavía no soy un fantasma.

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