Hoy hice un esfuerzo gigante para tratar de estar bien. De hecho, todo empezó anoche. Me acosté pensando en los mejores momentos de mi vida. Prometiéndome que eso era lo que contaba, nada más. Traté de explicarlo con palabras. Traté de expresarlo vía mails. Estuve contento. Hoy fue un día grandioso. Estuve pensando mucho en el futuro, en mis proyectos, en las cosas que tenía ganas de hacer. En varias oportunidades sentí que el aire comenzaba a faltarme, algo tan cotidiano. Junté fuerzas de donde no tenía y me aparté de ese malestar.

Traté de cumplir, de amar pero no molestar. De trabajar, de ahorrar, de esforzarme, de pensar en caminos libres, caminos posibles y mejores. Traté de, pese a las dificultades, pese a los problemas que todos saben, los que algunos saben y los que nadie sabe, enderezarme, y por un rato pareció que la cosa cambiaba.

Se ve que tanto esfuerzo me cansó. Se ve que tanto esfuerzo no vale la pena. Lo que la gente cree, es lo que uno es. No importa cuánto me esfuerce si en algún momento del día me tratan como si fuera un estúpido. No importa el sacrificio que haga, si en un segundo todo se olvida. No importa cuánto escriba en este blog, o en otros, o en otros lados si para alguien estas palabras se las lleva el viento.

Debería dejar de esforzarme. Debería dejar de escribir.
Fin de la transmisión.

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