Palabras sueltas.

Tenía la costumbre de golpear la puerta con un ritmo conocido en infantil. Los pasos en el asfalto empinado, pasos que tratan de frenar un cuerpo que no quiere que nada lo detenga. Zapatos a la orilla de la cama, demasiada juventud para calzarlos. La habitación circular, las esquinas no existen y por el filo de las persianas podemos ver el cielo aclarando. Una estrella redonda quieta, esperando.

La piel se deshoja frente a recuerdos que pasan tan rápidos. Llantos entre las sábanas y frazadas. Cada espacio de la casa surcado por esquirlas de recuerdos, de pasados, de la joven desnuda paseandose sin dudar un segundo, sin perder su cigarrillo encendido entre sus labios anchos.

El humo azul rodea la escena. Las sombras se proyectan contra las paredes descascaradas. Miradas furtivas en la oscuridad, brillos como cuchillas abriendo mi pecho. Sueños que se acumulan y apelotonan. Libros. Necesidad de enterrar el cuerpo en libros. Libros apilados por todos lados. Humedad. Frío. Soledad. Extrañarte es raro.

Extrañarte siempre fue una tarea de tiempo completo. Extrañarte hasta cansarme, hasta que mis uñas arañan los lomos de los libros y tomo cada página nervioso. Lo que se encuentra en la página siguiente es siempre peligroso.

Anoche visité una playa que babeaba. Corría por la arena y me hundía. Alguien tomaba fotos obscenas. Un par de personas se quedaban a dormir en mi casa. Zapatos casi de tap recorriendo el pasillo a la madrugada. Desconección total con el mundo ajeno. El tiempo se empaña y ya no se si te veo nuevamente. Palabras sueltas, frases que no tienen peso por sí solas.

Extrañarte es una necesidad. Equivocarme es la chispa que me hace estallar.

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