Tuve que tomar carrera y saltar más allá. Cruzar de un tejado a otro. Escapar hacia el otro continente. Las siluetas de la noche se amontonan abajo, con antorchas y sombreros de paja (combustibles). Alguien profiere maldiciones. Algunas piedras rebotan en las tejas, o suben y vuelven a caer, ante el grito horrorizado de mis perseguidores.

Qué estupidez enorme! Sólo me trepé sobre la hija del Alcalde, unas seis o siete veces.
Ni siquiera valió la pena. No lo entenderán nunca.

Sobre...