Como un bonzai

Inmediatamente después del estruendo me desperté y vi el techo como cielorraso. Mis codos estaban atormentados de presionar la almohada, de esas pesadillas morales post-ansiedad. En la mesa de luz Julio dormía olvidado bajo la impericia de Isaac Asimov, y temí tocarlos, no vaya a ser que me quede leyendo. La noche anterior era un eco en la habitación, como un espectro del sueño anterior, como una sucesión de estímulos ruidosos. Un recuerdo más ocupándo más lugar en mi almacén de anécdotas.
Semi vestido, en puntas de pie, caminé hacia el patio, bajo la lluvia, en busca de la llave de gas. Comencé a escucharlo todo, a aspirar la realidad como una sequoia. Mis propios pasos descalzos estallaban en el agua, retumbaban entre la precipitación. Mi casa, mi única casa, repleta de trastos desordenados de efímeras utilidades.
La ducha caliente me equilibró, como un manto de energía en movimiento, entrando y saliendo de mí, manteniéndome recto y visible, como un pedazo de la lluvia de afuera pero a la carta.
Mientras cerraba la cortina caí en una encrucijada monumental. Un estuario entre un pasado que fluye y sedimenta y un océano de incertidumbres.
Comencé a escucharlo todo: el bochinche de los picaportes, la respiración de los aparatos, el resabio del perfume.
"Qué estamos haciendo con nuestras vidas?" - le pregunté al cuidacoches, refregándome el rostro, mirando mis zapatos. No contestó, pero entendió bien la pregunta y huyó.
Entonces entendí que mi mundo es una burbuja, que la burbuja es un living, que a este living le faltan sillones y en esos sillones hay aventura.
Todo esto es culpa del sábado, las partituras y el cigarrillo.

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