No se cómo explicarlo

El recital del viernes pasado fue, sin lugar a dudas, uno de los mejores momentos de mi vida, y se extendió en mí como una sonrisa que se apaga en los días sucesivos.
 
¿Por qué?
 
Porque es un sueño quinceañero, que ya cumplido, se extiende en el tiempo haciéndose más y más real al arrancar tocando There There con extrema e inusitada prolijidad en mi guitarra y en la percusión, que revienta en un salto al 93 con You, que se renueva en mi pecho en la repetidísima The Scientist y casi me quita una lágrima en Fake Plastic Trees, en el mismo momento en el que tengo un bombardeo de proyecciones instantáneas entre el telón de luz y el público absorto, en el mismo momento en el que juego el 12 de oro de mi voz, mi aparente última carta, que no es la última.
Es un sueño en un pseudo jazzístico Don´t Panic improvisado en estructura y melodía en la espontaneidad de un error técnico impredecible.
Es una explosión de mi pulso cardíaco en 2+2=5 y un alud de felicidad y libertad en Clocks, acostado en el piso, mirando las luces, arriba, titilar mientras mis compañeros me regalan lo mejor de ellos y la primera fila su anónimo respeto.
 
Cada vez me parece más y más increíble que ahi parados podamos emocionar a alguien, quitarle una sonrisa, ponerle la piel de gallina.
 
Y después, raramente, ponerme a hablar con ellos y cruzarme con una chica atractiva a la que sin querer le regalé un tema, antes de conocerla, y enmudecer sabiendo que por lo que acaba de pasar ella me conoce a mí y yo no la conozco a ella.
 
No se a quién o qué agradecerle el mejor regalo que he recibido en mi vida, no se por dónde empezar.
 
A la vez me gustaría estar sentado al fondo, mirándonos.
 
 
 
Dios es una armonía y una frecuencia sonora.
 

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