Fin de semana punchi punchi

Viernes: GEO: Casi me golpean, y en una circunstancia me golpearon, en la nuca, de una forma cobarde, cinco personas. Nunca entiendo eso. Los boliches no son zona para mí. El mundo, antes de cada puerta de boliche, mi mundo digo, termina, topa, llega a su fin.

Entrar a esas zonas es aceptar absolutamente toda la imbecilidad circundante. Anécdotas sobran, abundan. Uno tiene que permitirse esas cosas, uno tiene que agacharse, todo por compartir un momento con otra persona. Ir a un boliche es soportar que a tu novia la agarren, se la quieran transar, le toquen sus partes no-tocables, que te puteen, te empujen, te peguen, te traten como un pedazo de mierda tirado en un rincón, y si de paso te dormís, si de paso estás mal, si de paso no le hacés nada a nadie, si no provocás a nadie, todavía te pegan mientras dormís, porque vaya uno a saber qué cosas soñás. Imposible pensar por qué a la gente le gusta ir a esos lugares.

Imposible adivinar qué placer encuentran las mujeres pasando entre todas esas variedades de monos babuinos tocandoles el pelito, queriendo transarlas, sacarlas a bailar sólo para terminar llevándoselas a su auto con mp3 player. No entiendo con qué ánimos una mujer va y sale de un boliche, después de que la basurearon toda la noche, no le dijeron cosas atinadas, le faltaron el respeto todo el tiempo, la trataron de basura, un culo caminando entre otros culos, esa es la cosmovisión de los muchachotes que se amontonan en las puertas, esos que no pueden ver a un pibe normal haciendo otra cosa, o nada, en ese lugar. O estás de su lado, es decir, hacés la misma que ellos, o te vas al pasto, totalmente demostrado.

Pero como esto ya lo escribí, y como esto ya pasa y pasará siempre, bueno, qué se yo, no tiene sentido. Igual está bien. Agradezco que la imbecilidad tenga un lugar especial, la imbecilidad en caja, por suerte, una caja de cemento, caño, humo, luces y mucho muchos muchos decibeles.

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