Baldío

El baldío era, en el mejor de los casos, cuatro paredes de ladrillo que encerraban un pedazo de tierra, clara, polvorienta. Algunos yuyos se almacenaban en rincones.
El baldío era, en el mejor de los casos, una pila de muebles, libros, objetos, pero sobre todo, recuerdos. O mejor, cada cosa era un recuerdo vivo de su vida, y una que otra cosa era un recuerdo perdido entre los yuyos, entre los muebles, entre las fotos, entre las cacerolas, los colchones, las paredes, los autos, y sobre todo, las personas.
Comenzó a recorrer el baldío, lentamente, y el polvo se levantaba y se alojaba en su ropa y su cara. Vio el tiempo desfasado ahí,aunque también divisó cierta cronología de su vida. Cerca de sus pies encontró un antiguo chupete amarillo, una bolsa de higiene, un cuaderno rivadavia con un rótulo en cursivas, una carpeta, un libro gastado de Julio Verne, una pelota intacta, muñecos, relojes, muchos relojes, una cartuchera repleta de colores, una remera azul,varias calcomanías pegadas en un vidrio cuyo marco estaba enterrado en un montículo, junto a una infinidad de objetos.

También vio personas, niños y adultos, apareciendo como en sueños, entre velos grises, entre nubes densas, entre destellos de luces, entre los brillos de los miles de objetos recordados y olvidados. Algunos niños de guardapolvos corrían y saltaban sobre una rayuela dibujada torpemente en la tierra. Algunos corrían en vano atrás de una pelota que siempre parecía mantener una distancia par y equivalente a ellos.

Otros, más adultos, tomaban vodka y bebidas sobre barras de distintos lugares, de lugares pasados, montadas unas sobre otras, apareciendo, desapareciendo, como hologramas de su vida.

Había también dos o tres camas, distintas, pero parecidas. En cada una de ellas había una antigua novia, desnuda a veces, vestida, leyendo, comiendo, durmiendo.
Mientras recorría el baldío comenzó a sospecharlo inagotable. Sus senderos convergían y divergían sin sentido, y en todos lados veía pedazos de escenografías de su vida, como si una guerra se hubiera desatado sobre ellas. Descubrió apenado que esas imagenes sólo pertenecían al recuerdo. Las habitaciones inacabadas, los reversos de muchas caras, los pies de algunas personas, los interiores de las cacerolas, eran desconocidos, y el baldío era incapaz de reconstruir lo que él no se había conservado en la mente.

Miró al cielo, y allí también descubrió retazos de tiempo y espacio, desparramados, cosidos, nubes atadas unas a otras, cielos de distintos colores. Veranos, inviernos,muchas noches, varios días y pocos amaneceres. Hubiera deseado más.

Agarró un paragüas del piso, y lentamente, casi tan lento como quien se sabe condenado a vagar perpetuamente por su propio baldío, por su propio laberinto, se dirigió sigiloso hasta un inverosímil rincón, justo donde desde el cielo caían unas finas gotas de lluvia de alguno de sus pasados y acabados inviernos.

Sobre...