murmullo

El despertador en el piso, oculto detrás de las patas flacas de la cama. Las cortinas apenas sacudidas por el suspiro que asoma en la habitación, ese que te hace murmurar algo entre sueños. Tu cuerpo entonces, aún tibio, aún un poco húmedo, se reacomoda entre las almohadas. El sol arroja una línea blanca que atraviesa la persiana, y cae cerca de tu pelo. Las sábanas que hasta hace poco revoloteaban ahora se han calmado, y se dedican a protegerte con sus alas puras, suaves.

El amanecer se apura y se filtra por un vaso de agua en la mesita de luz. Las cortinas inflan sus pulmones, suspiran, y se estiran. La habitación opaca resplandece, lentamente, y las paredes se aclaran, y casi parece que translucen el mundo de afuera.

Vos seguís durmiendo, y la atmósfera que reina en la habitación, y el perfume justo de tu piel desparramado entre los pliegues de ropas y sábanas. La respiración constante, el suave batir de las olas, la arena húmeda que recibe constantemente el sol y el agua, en vaivén. El tiempo que se aloja en las impurezas de la playa. Tus ojos que hacen foco adentro, muy adentro, y las persianas que apenas se mueven, apenas giran. El mundo sólido se deshace, la luz se aloja en la piel de todas las cosas, y tu suspiro es esa música que guía toda la transformación, de a poco, paso a paso, suspiro a suspiro, murmullo a murmullo.

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