Recuerdo, en una fría mañana, cuando todos dormían, cuando todos despertaban, cuando todos nacían, como los dorados rayos el sol caían como suaves ángeles de luz, desde ese cielo azul.
Recuerdo a todos despiertos mientras yo veía, u observaba, lo mismo da, las frágiles luces de una brillante mañana, las doradas manchas de sol sobre la ventana, las paredes llenas de dulces sombras, azules como el océano porfundo.
Entonces, recuerdo el aire frío de un invierno frío, y el tibio despertar, el suave roce de sábanas tan blancas y puras como el invierno mismo, y sueños tan dorados que apenas puedo recordar.
Apenas recuerdo tu rostro, entre tanta belleza, entre tanta pureza y perfección, entre el invierno, y el sol y el aire y el viento y las flores.
O quizá, pensándolo todo demasiado bien, tú hayas sido todo eso, y las blancas luces del día no haya sido otra cosa que tu blanca sonrisa, y las azules sombras sólo sean un profundo recuerdo de tu alma, o esa dorada luz sean tus infinitos ojos, tu ojos como el trigo en una primavera olvidada.
Quizá esas blancas sábanas sean sólo tu cuerpo desnudo que yace a mi lado, y el blanco prefume de tu piel sean todas las flores de los jardines exteriores.
O quizá sea el recuerdo de una fría mañana, que se esparce por mi habitación oscura, y que las flores y los colores sean un estúpido pensamiento, de alguien que alguna vez vio esto, pero que ya nunca más lo vivirá.

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