Quizá es algo estúpido tratar de despertarse de un sueño en el que todo funciona, en el que todos son palos y astillas que un fuerte viento arrastra, como pequeñas arañitas en el ojo del universo. Aveces, la gran mayoría, sólo somos eso: polvo cósmico en el ojo de Dios.
Y es algo molesto, al menos para él. Debe ser algo molesto, algo que es fugaz y molesto, como los instantes de pasión con alguna persona, como el divino despertar, que dura un parpadeo de ojo, ese ojo irritado por el polvo cósmico/humano.
Todo lo que el viento nos trae es todo lo que no supimos soplar lejos, la eterna botella que es arrojada débilmente al mar y las olas la traen de vuelta: los recuerdos.
Sobre los recuerdos tal vez haya poco que tenga ganas de decir. A pesar de eso hay mucho por contar. El recuerdo es permanencia en el tiempo, aunque nunca terminemos de entender que es precisamente el tiempo. El recuerdo del tiempo es aún más complicado.
El recuerdo surge, permanece, desaparece, casi como todos nosotros. A veces aparece por acá, y se aleja por allá, donde en un gris rincón vagan las distracciones cotidianas.
Los recuerdos nos llaman, nos reclaman deudas, ciertas actitudes y compromisos para ese pasado, aunque ese compromiso no sea más que el del recuerdo.
Y es como el viento que vuelve a traer las viejas olas perdidas en el infinito ojo de la consciencia humana.
Es como la arena en la playa, tratando de reptar, tratando de que el mar no la devore.
Pero al final lo logra, muy al final vence. Muy al final el recuerdo se disipa. Primero una cosa, luego otra, luego no nos acordamos donde vivimos, luego nada.
También existe una pérdida del recuerdo de lo que fue, es y será. Una pérdida total de consciencia, tan común en gente que no recuerda el concepto de “vivir”.
El recuerdo es una parte de esa playa, por la que tan a menudo caminamos, corremos, tropezamos y caemos.
Sobre...
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- 12:16 a.m.
- by Anónimo
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