En un río, tapado de algas, un río espeso.
Tan caótico como este día simple. La lluvia no importó mientras estuve en otro lado.
Siempre que quiera puedo estar donde desee. En la calle, en una melodía, en un ritmo.
Todas las cosas me transportan de algún modo a algun sitio.
Sólo basta perder de vista los objetivos. Acercarse tanto a algo hasta lograr un desenfoque capaz de disipar las más tristes postales de lugares cálidos.
Lugares que carecen de sensaciones térmicas... tienen un clima propio que surge de la misma sensación. Una calidez espiritual.

Un invierno tropical, un calor estival.

Los colores aportan lo que falta. El complemento de la forma y la textura. Y la música encierra
todos estos elementos en un solo hábitat individual, propio, subjetivo, único e irrepetible.
Tan irrepetible como una persona, en un contexto físico que se vuelve tan atemporal que puede seguir inmune al transcurso de los días, de los meses y de los años.
Tan inexplicable que la impredecibilidad de los gestos humanos, conscientes e inconscientes, no pueden comunicar con limpieza.
Un instante eterno que trasciende los límites de lo vivido hasta formar parte de la actualidad del
propio ser. Que se encarna en un pequeño estímulo para expandirse mas allá de la conciencia,
excitando todos los sentidos hasta llegar al punto de la no interpretación de los sucesos. Ese sexto sentido, sin sentido aparente. A veces como un ruido, casi indecodificable.
Una sucesión de texturas, formas y colores.
Una sucesión de melodías en la música.
Un río, tapado de algas.
Un río espeso.

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