Entonces me pongo a tocar la guitarra. Y salen acordes que no pasan por ningún tipo de revisación médica o nada por el estilo. Vienen simplemente. Y me pongo a melodear encima y el alma de los grandes pierde una lágrima de emoción. Entonces yo también me emociono. Y sigo por ese laberinto de sonidos, para aquí, para allá.
Entonces encuentro la salida, a veces enseguida. A veces luego de vueltas a babor y a estribor. Pero nada de eso quedó grabado. Sólo la luna sabrá de mis canciones. Y las estrellas recordarán eternamente esa música que sonaba maravillosa entre los setos diminutos de grandes campos sembrados de palidez. Pues ya no me acuerdo qué fue, ni cómo fue.

Tal vez un día una estrella (o un ser de luz) entre a mi cuarto y me recuerde que una vez dos fuimos felices. Y tal vez me obsequie un grabador con una pantalla LED a luz de luna.

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