Un par de ojos sobre una bicicleta roja que se desliza como una flecha calle abajo. Apenas un susurro en el viento, los pies descansando en los pedales, el rostro limpio de pelos. No hay necesidad de velocidad. No hay necesidad de tiempo, no hay necesidad de espacio. Estamos perdidos entre hojas que caen de un árbol y las hojas del árbol siguiente, de la vereda siguiente. Una capa de sol, de otoño, un aura dorada que te rodea y se pierde en un hilo de atardecer.
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