Recreo

Cabeza de albóndiga que mira mal, como siempre. Como si el hecho de su pertenencia a otro mundo fuera culpa de nosotros. Arruga las cejas y se ajusta las mangas del guardapolvos, pero no lo entiendo, no hay más necesidad de seguir ajustando. Las costuras de los hombros se quejan y los dedos grasientos tiran de las mangas hacia abajo, como si quisiera ocultar sus manos redondas al público, sus manos de otro mundo a un mundo que no lo comprende.

Los demás, miran igual, con esa mezcla de indeferencia traumática, algunos tal vez no miran, sólo miren a las chicas corriendo, pero siempre esa linealidad lastimosa, que para Cabeza de albóndiga es algo así como un vientito de mierda que apenas se filtra entre los árboles y te adorna la cara de una patética capa de aire que te cosquillea, como si los motivos para reirse fueran muchos, y ahí, en ese momento, siempre alguien salta y le pide a Cabeza de albóndiga que se explique, o de última que se deje de hablar cursilerías, o para ser menos cursi, que termine de decir boludeces, y en ese momento, sin cambiar su cara de culo, Cabeza de albóndiga mira a cualquier otro lado, respira hondo, y cuando parece que va a explicar todo, se calla, esconde las manos dentro de las mangas y se queda quieto para siempre. Alguien lo empieza a gastar pero enseguida, algún compañero, conciliador, le dice al opresor que no sea tan pelotudo, y después de unas risas todo vuelve a la normalidad, a la calmada linealidad lastimosa, o para Cabeza de albóndiga: esa lagrimita que no se decide a caer del surtidor, y que se queda ahí, meciendose para siempre, sin darnos la satisfacción del cambio, de la sorpresa, de nada.

Por ahí pasa otra corriente de aire y nos miramos de reojo, y nos abrazamos el cuerpo y nos sacudimos las rodillas a la interperie y frotamos tal vez, si el frío es extremo, pero nunca lo es, nos frotamos las manos, a veces las piernas, a veces los codos, a ver si se prende una llamita que nos de un poco de calor.

Martínez sigue autista por ahí, tal vez mirando el guardapolvos demasiado corto de alguna de séptimo "B", esa que es alta, las piernas que son, en palabras de Martínez, árboles o postes o tubos que se elevan poderosamente del suelo. Vallejos le apunta con un carozo de durazno a una lámina de Sarmiento y le pega cerca de la frente, y algunos hablan de los fantasmas de la niñez mientras mordisquean tutucas, de esas medias amargas, o esas tan llenas de azúcar que no parecen tutucas, esas que son totalmente crocantes, y que hacen ruido en el recreo, que ablandan un poco, pero no demasiado, el aire constante, la mirada perdida, el olvido de las figuritas, del partido con la bolsa de las tortitas, las cosas que se pierden, o, como diría Cabeza de albóndiga si alguien se lo permitiera: las bolitas que se cayeron al desagüe y son imposibles de recuperar, los colores extraviados en una lluvia de útiles, el sacapuntas o mejor la cuchillita con forma de pájaro, esa de lata, que alguien olvidó devolver, que alguien recordó guardar y que ya no volverá a posarse en nuestras manos a serruchar nuestros lápices.

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