shakehandas - sur - divague

Re leer Peter Shakehands, alejado en el tiempo, es como volver a ver Cha cha cha. Recién ahora descubro la lucidez implícita en las palabras, entre la nada y el morbo. Un blog que me saca sonrisas. Personalmente, un blog de culto (y de culpa).
 
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Probablemente esto me pase sólo a mí, porque me imagino que Pidro me lo está contando iluminado por un fueguito frente a un lago en el sur, inmediatamente antes de que yo le proponga: "Hagamos una balsa con troncos y una vela con el sobretecho de la carpa y lanzémonos al Huechulafquen". Su expresión de irritación sólo fue vista por tres personas: Victor Wagner, un noruego y yo; y fue tan contundente que destruyó mis sueños inocentes de aventurero frustrado. Había estado vomitando en el auto el día anterior. Vomitar por inclemencias de mi oído interno y públicamente le quita crédito a todo lo que pueda decir después. Lo demostró Wagner caminando por el bosque en medio de mi, ahora, monólogo, arrojando sobre la fogata una sequoia milenaria al grito de "Arrrrrrrrrrggggggghhh", sacando chispas hacia el mundo y contagiando esa megalomanía a toda la naturaleza. Sentándose, parándose y volviendo a hacerlo una y otra vez. Compartiendo nuestra más profunda bajeza humana. Víctimas de esa mini sociedad que nos juzgó artífices de un potencial incendio forestal: todo lo que hacíamos era tirar piedras al vacío y sonreír, vivir en la pobreza absoulta 24 horas y saltar a otras 24 de café, panqueques, bailey´s y derroche monetario, sin saber qué hacemos mañana, sin saber si a mi novia se la estaba entorcando un uruk-ai, sin saber cuántos correos no deseados habría en mi hotmail, sin saber si El Bolsón es un lugar que vale la pena conocer. Descubrimos que no.
 
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Eso y mucho más me recordó Shakehands.
Eso, que perdí el sombrero de mimbre de su madre en el lago Faulkner y que debería terminar de una vez su página web.

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