Boleto

77188, serie 074, se queja un boleto. El papel castigado por dobleces impertinentes yace retorcido en sus pantalones. Un azul desteñido y arañado en los pliegos separa este boleto de los verdes y blancos con franjas rojas que revuelve en su bolsillo, como si extrañara un tipo de sorteo abandonado en algún lugar grisáceo de su mente.

77188, serie 074, grita fuerte, y no es para menos, es el ganador, es el elegido. 77188, serie 074 y acusa y es casi como la voz de la televisión que anuncia, que debe estar anunciando un ganador de algo, entre miles de perdedores anunciados y fotografiados y filmados.

Con la idea y los ojos fijos en el boleto viaja a una extraña velocidad que roza, raspa, el límite entre lo veloz y lo lento. Con el 77188, serie 074 gritando, chillando, viaja sentado en esos incómodos asientos de a dos pasajeros. Decide probar la suerte del 77188, y lo arroja nuevamente, lo ahoga, en el mar de boletos no capicúas de su bolsillo.

Revuelve frenéticamente, unos hilos del bolsillo se cortan, y de nuevo el azul gastado asoma entre los dedos de una mano cada vez más preocupada. 77188, serie 074, grita, y “ya va siendo hora de que lo creás”, agrega, por si acaso, justo en el instante en que un auto pasa velozmente por el carril opuesto. Y él, perplejo, mirando el boleto, en el ridículo asiento para dos, ya no sabe si siempre estuvo ahí, no sabe si piensa a todo volumen o si el boleto tiene la amabilidad de hablar en voz alta por él.

Mira a su alrededor. La gente descansa en sus recuerdos de días mejores, mientras el colectivo se desplaza, se desmaterializa, y el boleto arrugado es la señal azul de que vienen tiempos mejores, se asegura, se jura. 77188, serie 074, aúlla, y ya casi es como si le estuviera suplicando, como si su nombre (77188, serie 074) estuviera dirigido a los oídos de un sordo y violento sargento.

Casi se jura que de eso se trata, de tiempos mejores. Aprieta, casi ahorca al boleto azul sobre fondo gris, y comienza a dormirse. 77188, serie 074, reportándose desde la mano de un pasajero que vale la pena, esos que son más difíciles que los boletos capicúas, y es tal vez por ese motivo que el boleto azul trepa desesperado por el bolsillo del pantalón del pasajero, empujando a los otros boletos, para sentir la calidez de sus manos, para sentirse con suerte por haber sido el elegido.

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