Aún cuando ya han sido varias las madrugadas que me reciben frescas y sombrías es casi imposible dejar de ver la ciudad como un turista. Aún cuando he pateado esas veredas durante décadas.
Son los avatares propios del cambio brusco: de golpe un día, en una oficina, con gente nueva, en una ciudad, que si bien reconozco, ha dejado de ser habitual.
Un bosquejo de rutina se avecina cada mañana, cada vez que paso frente a ese hombre que me mira siempre igual. "Este muchacho no es de acá".
Siento el no-lugar, el desarraigo de la ciudad o la condición errante. Aquí o allá, tal vez es lo mismo. Por primera vez en mi vida tengo billetes sin contar en el bolsillo y no estoy preocupado por qué va a ser de mí la semana que viene.

Tengo una guitarra que suena bien y una remera que me gusta (En todo caso me preocupan otras cosas). Tengo recuerdos, conexiones, cable y crema americana en el freezer. Tengo un equipo de gente que responde a mis órdenes, una recomendación de un español. Tengo "Los soñadores" de Bertolucci a medio terminar. Tengo un embole crónico de 16 a 22hs.

Tengo un viento con perfume de apio que corre de oeste a este, y que dejo venga a visitarme por la persiana que da al jardín.

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