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El sábado cae como una A4 de la mesa a los pies, dibujando en el trayecto la mitad de un árbol de navidad.
En la esquina, a las seis de la mañana, una señora me pregunta "Salimos?" y no interpreta que un sachet de leche en la mano derecha y unas galletitas en la izquierda no son parte de un espíritu farrandero.
En el patio un gato gime en sueños, como si su vida fuera el mayor de los tormentos, como todas las noches.
En lo alto el pulsar de la antena telefónica sigue su ritmo infinito.
En un bar ya no me sirven cerveza negra tirada porque se ha discontinuado.
En una película las estupideces más reprochables del ser humano tienen un final feliz.
En una mesa una promotora me habla sobre viajar en moto a 300 km por hora en un circuito de Portugal.
En el teléfono una productora me ofrece compartir el escenario y bajarme los pantalones junto a una banda llamada Próstata de Simio.
En el otro lado de la ciudad alguien espera que una sonrisa y una copa de vino le alegren el día.
En el contestador un mensaje anterior a las invasiones españolas.
En el patio un Aloe Vera pierde todas sus propiedades paulatinamente.
En el centro de la tierra una explosión de magma se hace esperar al día sábado.

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