Spíquer

Su voz parecía salir a través de un parlantito gastado, esos de computadoras viejas, esos de autos viejos. Traté de tirarle los cigarrilos por la ventana, casi los ví cayendo de a poco, piso a piso, hasta la puerta del edificio.

Sus palabras eran una melodía ronca, los ecos de un partido de fútbol de domingo a la siesta salidos de una radio chiquita, pegada al oído de un viejo o dos. La atmósfera de intolerancia esfumaba las palabras que se alejaban, se perdían, se hundían en el humo pesado de sus cigarrillos.

Su boca, una rejillita de parlantes viejos por donde el humo escapaba sin pensarlo un segundo y los cigarrillos al alcance de mi mano. Mi mano al alcance de la ventana. La ventana al alcance de todo.

Una pantalla azul brillando en la oscuridad. Algún noticiero o programa de cocina. Humo en toda la casa, en todas las cosas. Un calor con sabor a México y la eterna intermitencia radial, el sonido espantoso de tu voz pegado a mi piel, mosquitos cerca de los tobillos, y la seguridad de que lo peor todavía no pasaba.

Sobre...