Una ráfaga de tinieblas arrastra paquetes de información cerebral que, si lo hubiera previsto, habrían llegado a destino.
Parecía como lobotomizado, hundido en la húmeda espesura del aire acondicionado, condicionados mis reflejos por destellos de luz, ahora, casi ininteligibles.
Siempre vuelvo de la perdición por el mismo camino. Ya no importa la hora o la temperatura, los pasos son regulares, apenas desprolijos.
Repaso mentalmente algunos esquemas prácticos: optimización del hardware, persuasión telepática, ejercicios malthusianos...
Pierdo el tiempo (o tal vez no tanto) viendo algunas piezas vanguardistas y multimediales. Soy un homo-visualis, qué más da. Mis oídos se han atrofiado tiempo atrás, aunque todavía pueda escuchar con claridad disonancias aberrantes en el punk californiano. Mis ojos son todo lo que tengo: hablo con ellos, aunque tartamudeando, puedo balbucear apenas un "esto no es para mí", o un "basta ya, por Dios!".
Extraño mi bufanda japonesa.

Sobre...